martes, 28 de diciembre de 2010

TREINTA

Como dije, ha sido otro día. Hoy, un buen día. Quizá deberíamos creer en que la voluntad y ser positivos atrae energía idem.




Salgo del garaje y voy a casa de Oli. Vive muy cerca de mi casa y eso nos da seguridad y libertad. En una ciudad grande, donde todo está previsto y apuntado en una agenda, vivir tan cerca las cuatro nos da también la posibilidad de improvisar. Con Lola, no siempre ha sido así, ella va y viene. Ahora está de okupa en un piso de sus padres a unas cuantas manzanas de mi casa. Pau se mudó un par de veces, acabando finalmente en la zona más moderna del mismo barrio donde crecimos. Oli y yo, llevamos toda la vida en el mismo kilómetro cuadrado.



Me abre la puerta El Suizo, que sigue igual de guapo que hace cinco días. Oli viene corriendo con un niño en brazos, que casi abulta ya más que ella, y se lo pasa a su marido que sé que se hará cargo de ellos y nos dejará hablar tranquilas.



No sólo eso, cuando estamos empezando a entrar en materia, dejamos las banalidades y Olivia me pregunta por Lola, aparece este Hombre-Santo con una bandeja, sus dientes perfectos y un par de cervezas heladas.



- Te odio, es perfecto. ¿Cómo lo supiste?

- Lo supo él. Ya sabes la historia.

Es verdad. Se conocieron cuando él vino a España a estudiar el último año de carrera. Olivia pasaba totalmente de los hombres. Se hizo su íntimo amigo, nos aguantó a todas con nuestras gracias durante casi un año, iba a todas partes con las cuatro, se ganó a nuestros amigos/compañeros/hermanos/padres … y cuando ya se terminaba el tiempo y debía volver … Olivia se encontró con él, una mañana, en su portal, cuando bajaba a la calle con sus padres, totalmente borracho. Los padres de Oli, pasaron sin mirar y nunca han mencionado el tema. Les dejaron hablando. Desde entonces, no se han separado más de dos semanas.