martes, 13 de julio de 2010

VEINTINUEVE

Sasa es muy tierna cuando quiere. Siempre he cuidado su infancia, la de los dos, la de Alonso, también. He preservado esa época sin problemas de adultos, he buscado la madurez natural, el cuentagotas de información lo he tenido muy controlado. Hoy, no sé porque, Sasa es mucho más madura de lo que debería.




Esta mañana, como si supiera que me hace falta, me despierta ella a mí, metiéndose un rato en mi cama, contándome que se ha despertado temprano para estudiar pero que ya no le hace falta más, mientras me hace mimos en el pelo.



Cuando me pongo en pie desaparece esa calma y la casa se convierte en la locura de todas las mañanas. Después del primer café tengo las pilas cargadas y saco la ropa del armario con decisión, me maquillo con cuidado y sonriendo, me miro al espejo.



Al salir del cuarto de baño veo que Sasa he hecho una incursión matutina en mi bañera, dejándola echa un asco. Abro el grifo y, como no podía ser de otra manera … está activa la ducha. Debería, aunque sólo sea por industivismopracticodiario, prever estas cosas.

Empapada.

El pelo me da igual. Me paso un kleenex por la cara, retoco el rímel y hoy, sigo sonriendo mientras seco mi camisa con el secador que mi hija he dejado en el suelo …

VEINTIOCHO

Un día aburrido. Uno de los raros días en los que mi trabajo se hace tedioso.




Perder el tiempo es algo que no soporto. Había quedado con Frank para tomar el café de media mañana y me ha llamado para disculparse. No ha entrado nadie, no he conseguido localizar telefónicamente a nadie, no he hecho nada. Así, tooooooooodo el día.



Salgo veinte minutos antes para estar en casa en la franja horaria a la que me llevan la compra. Diez minutos después, me llama Bea.

Bea es mi ayudante en la galería. Al principio me costaba mucho llamarla así. Es mucho mayor que yo, prefería dirigirme a ella como Beatriz. Una vez que ya la conoces, Beatriz no le pega nada. Es Bea. Con su pelo naranja cuidadísimo, su carácter fuerte como el color de su pelo, su caminar delicado, algo forzado, como sabiendo que si pisase con el interior rompería el suelo. Y ella, que me ha consolado, apoyado, encubierto, tantas veces, vuelve a hacerlo.



- Matilde, querida, baja que te están esperando. No te preocupes, que ya no me hace falta que sigas buscando esa agenda, la tengo yo.



Eso tiene que ser JavierPadre. Por diez minutos. Llega a la galería diez minutos antes de cerrar.



Cuando vuelvo a salir, esta vez con 20 minutos de retraso sobre mi hora de cierre, hay un repartidor enfadado volviendo a meter un montón de cajas en una furgoneta mal aparcada. Mil disculpas, una cuantiosa propina, mi mejor sonrisa (que me ha costado revolver todo el bolso para encontrarla y al final estaba en el bolsillo trasero de los vaqueros y ha salido sola al verse observada al subir los escalones del portal) y unas confidencias sobre jefes tocapelotas después, puedo ir sacando los alimentos de las bolsas. Primero los congelados, después los que necesitan frio, …



Hay días en los que no ha pasado nada grave, ni semigrave siquiera. Nada trascendente. Pasa el día y no queda rastro. Pero tienes unas tremendas ganas de llorar.

VEINTISIETE

Ya me he desvelado.




¿Qué le pasa a Pau? A ella no puedo preguntarle. La conozco. Se cierra. Hasta que no ha tomado el control, no cuenta nada. Verbalizar es hacerlo más real, y es tener que preocuparse por los que lo sabemos. Tener que responder a preguntas, aunque sólo las hagamos con los ojos. Nunca la había visto así. Con Lola es distinto. Sé su proceso, en que fase se encuentra, ya es algo conocido. Y cuando algo ocurre, lo hace público. Olivia nunca ha pasado por etapas así. Sí ha tenido, tuvo, desengaños y miniproblemas. Miniproblemas que a los dieciséis son gigantescos, nada importante. Supongo que habrá días conflictivos y sé que más que en su casa, en su trabajo. Pero aquello que ocurría en la adolescencia hizo que viera su forma de afrontar, mejor dicho en el caso de Oli, su forma de saltarse los problemas. Un día malo, a lo sumo. La mayoría de las veces, unas horas. Solución rápida o aceptación, y vuelta a su sonrisa. Ahora, veo que hay días que está quemada. En la Agencia de Comunicación donde trabaja la quieren y valoran, pero es un blanco fácil. Rodeada de gente mucho más joven que nosotras, en su mayoría, modernillos de vida social/pseudocultural muy activa, es la falsa ingenua de la oficina. Dos hijos, marido perfecto, estilo clásico, nutrida cuenta bancaria … Se quedan ahí, o no. Pero se valen de eso para vacilarla. La mayor parte del tiempo, ríe, se lo pasa genial, tiene muy “buen rollo” y hace de madre de todos.



Pau es distinta. Lo tiene que arreglar ella sola. Está mal. Lo sé. Y lo peor es no poder hacer NADA.

VEINTISEIS

Me encantan las tiendas pequeñas donde tienes la sensación de entrar en casa de alguien. Donde parece que sacas las camisetas de su armario y te pruebas sus pendientes. Y me encanta encontrar gangas. Luego, lo proclamo. Me hace sentir genial. Pocas veces es así y acabo pagando ese gusto mío por parecer un vagabundo envuelto en cachemir.




Entre compras, me voy enterando de que se ha roto la paz en el paraíso. Lo que parecía perfecto: ambos compartiendo piso, trabajando en la misma empresa (sin tener que esconderse, … el banco donde Pau trabaja no es una empresa de esas ñoñas que no permiten relaciones entre sus empleados), con las mismas metas y el mismo modo de ver la vida/marcas/vacaciones/decoración, … se está rompiendo. Quizá exagero. No se ha roto, pero cruje.



Veo a mi amiga desilusionada, comprando de forma desmedida, invirtiendo demasiado en ropa interior, maquillaje y cremas. No es que esté en contra de gastar en eso, al contrario. Me parece que es algo que nos hace sentirnos bien, que nos hace estar contentas y seguras, y que nos ponemos todos los días (las cremas y el maquillaje, la ropa interior, la vamos cambiando, claro)



Veo a mi amiga intentando ver normal lo que no siente como tal a través a contármelo de forma intrascendente, pero observa mis reacciones, observa si para mi es normal.



Veo a Pau, a quien yo llamaría El Equilibrio, perdiendo la confianza que yo consideraba crónica.



Cabrón.